(Dedicado a mi amigo Teodoro)
A veces, al llegar al TEE del uno, con prisas y sin practicar, la situación ya tensa de por sí, empeora al encontramos con un desconocido, palo en mano, que parece guardián del TEE y usurpador de nuestro sitio. Y viceversa, esperando ansiosos nuestro momento de arranque, con la bola ya elevada y el guante calzado, aparece de pronto y de la nada un compañero no previsto solicitando confirmación de nuestra hora de salida.
El TEE de uno, que suele ser amplio, parece demasiado pequeño para albergar tanta frustración y tras un saludo tan distante como educado, asumimos estoicamente la invasión de nuestra partida.
Y esa mezcla de calvario y contento que se deseaba sufrir y disfrutar a solas se convierte sin comerlo ni beberlo, en una incierta e incómoda cita a ciegas.
Sin embargo, en algunas ocasiones, la partida con un desconocido esconde un tesoro y resulta una verdadera satisfacción para ambos.
La presencia del otro lejos de intrusiva resulta cálida y su compañía no agobia, sino que reconforta; nuestra actitud ante los vaivenes de nuestro propio juego pasa de la irritación inoperante a la aceptación serena. Disfrutamos nuestros buenos golpes y aprendemos de los malos.
Porque el golf despliega entonces su faceta social quizás más íntima y gratificante: el inicio de una relación entre dos personas sin intercambio de golpes sino de empatía. Nuestro desconocido del TEE del uno resulta ser un verdadero compañero de fatigas y de de satisfacciones.
El comentario ajeno ante un error propio resulta siempre satisfactorio, bien por su ausencia agradecida, bien por su tono consolador, y a la vez, la alegría de un buen golpe, de cualquiera de los dos autores, pasa inmediatamente al fondo común de la recién creada sociedad del buen rato.
La jornada se desarrolla sin prisa y sin pausa y la alternancia de golpes casi al alimón, jalonan una partida que mejora a cada hoyo.
La andancia de la partida, prevista como cortejo solitario, mudo y silente, se convierte en paseo animado, conversador y dicharachero, que limpia y prepara la cabeza entre cada golpe y el siguiente y va dejando un poso de buenas sensaciones.
Y esta calidez no enturbia ni desmerece la propia competición sino que la dirige hacia su verdadera esencia golfística: cada uno de nosotros frente al campo.
Suele prolongarse la partida después de los saludos en último green, pasando del FAIRWAY a la barra, del GRIP a la copa y del SLICE a la tapa.
Esta conclusión tabernaria del asunto certifica el buen rato echado en el campo y abre la puerta a nuevos encuentros de éxito asegurado.
Cuando llegues al TEE del uno sonríe. Cuestión de empatía.
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Sergio Rosales