Cuando pensamos en nuestro propio golf, su sentido y sus finalidades, ¿está la diversión o el disfrute por encima de otras cuestiones como el resultado?
En general, no. La importancia del resultado está firmemente asentada en nuestra cultura actual y resulta muy difícil desbancarla.
Pero ocurre en el golf, que esta prioridad del resultado, en sus diversas facetas como la inmediatez en el aprendizaje o la pronta reducción de hándicap, suele provocar tensión y ansiedad y que unido a la dificultad propia de swing, allanan el camino a la frustración.
La experiencia cultural nos indica que en cualquier actividad – y el golf es un magnífico ejemplo –, si se aprende con diversión, la mejora está asegurada.
Pero en el golf, la trascendencia del resultado en sentido general, bloquea el cambio de la escala de valores e impide colocar de alguna manera la diversión por encima de todo.
¿Cómo podemos hacerlo?
Hay un gran argumento a favor de la diversión como objetivo prioritario y que proviene de nuestra verdadera patria, la niñez: si los niños siempre se divierten aprendiendo, ¿por qué no recuperar esta actitud?
Un niño aprende sin complejos, sin presiones, sin tensión, sin ‘intentarlo’, simplemente se esfuerza y disfruta del proceso. ¿Podríamos aprender y mejorar nuestro golf recuperando este patrón de la infancia?, ¿podríamos aprender fundamentalmente para divertirnos?
Se define el aprendizaje como la capacidad de adaptarse a los cambios, y ahorra mucho más tiempo del que consume.
En el golf esto es crítico porque nuestro swing siempre está cambiando, incluso de un golpe a otro. No se puede repetir algo tan lleno de detalles y matices. No hay dos swings iguales.
Es decir, en el golf tenemos que estar aprendiendo constantemente.
Luego si estamos obligados al aprendizaje continuo, ¿por qué no cambiar de actitud y aprender para divertirnos?
La mejora del juego está garantizada.
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Sergio Rosales